El precio del silencio, de Juan infante. Vuelve Garrincha.
Cuando
la editorial Erein me envió la novela, y pude ver el sugerente
título El precio del silencio, me pregunté cuál sería
el mío para no hacer la reseña, y mi conclusión al finalizar su lectura fue
inapelable, el coste de mi discreción sería tan alto, que me elevaría de manera
impepinable a la categoría de incorruptible.
En
mi reseña de su anterior novela, Atrapado queda patente mi absoluta
devoción por los personajes y la trama, a partes iguales, y siendo esta su
esperada continuación, me siento como cuando después de años sin ver a un ser
querido, este llama a tu puerta, y sin necesidad de abrir, ya sabes que lo que
te espera, va a ser algo maravilloso.
Como no quiero anticipar nada de la anterior novela, para preservar el pleno disfrute de futuros lectores, en esta reseña, minimizaré al máximo los acontecimientos dando prioridad a las emociones.
Aunque se entiende perfectamente sin tener que leer la primera parte, en esta segunda, precisamente con ese objetivo, se desvelan datos que arruinarían el final.
Comenzaré
diciendo que en El precio del silencio podremos
disfrutar de una trama principal y a la vez, de una subtrama. Esta segunda,
aunque pequeña en extensión, es muy completa y adictiva en contenido. Diré más,
a pesar de que la principal te mantiene alerta en cada capítulo, estaba
deseando que su hermana pequeña asomara la patita para saber más de ella.
Como
ya es habitual en mí, a continuación sacaré a la palestra a varios personajes,
escogidos normalmente por su relevancia narrativa o por su carácter excéntrico,
que en esta ocasión, serán seleccionados más bien con la intención de mantener
íntegra la precuela.
Comenzamos
con una nueva terna, en este caso de origen ruso, cuyos titulares son Tania,
Alex y Vladimir. Integrantes los tres de uno de los más importantes grupos
empresariales del mercado futbolístico, llamado Kalinka, ahora en horas bajas.
Solo describiré a Tania, hija de la nomenklatura soviética y
diré que, gracias a sus pocos escrúpulos y sus dotes de mando, asumió de manera
indefectible la jefatura de la entidad.
Eduardo
Basterra, veinteañero nacido en Bilbao, alto y con buena planta, jugador recién
llegado al Athletic pero, gracias a sus buenos resultados, con un pie dentro de
la selección. Formará parte importante de la trama, curiosamente, sin darse
cuenta.
María
Urcelay, su abrumadora personalidad junto con una voz bronca, hacen de esta
elegante anciana de más de ochenta años, un personaje, a pesar de su corta
aparición, inolvidable, el consabido amor a primera lectura. Como dato
importante, diré que María es la protagonista de una novela anterior de Juan
Infante, Asesinato en Santurce, Editorial Heria, 2005.
De
la historia que nos ocupa solo contaré que el protagonista indiscutible vuelve
a ser el fantástico Tomás Garrincha. Jubilado del hampa, con alma de pescador,
que gracias a las peripecias de Atrapado ya se le puede
considerar un detective consolidado.
En
esta ocasión, se verá de nuevo obligado a implicarse en situaciones muy
peligrosas, con gente de la que ya no quisiera saber nada, para intentar una
vez más, resolver el envite que el destino le lanza sobre el tapete.
La
extorsión es la fórmula que utilizan los fantasmas del pasado para involucrar a
nuestro protagonista.
En
la mochila de la mala vida, uno de los bártulos que siempre acaban pinchándote
en la espalda, es el chantaje. Es imposible llevar a cabo una carrera
delictiva, sin que en algún momento, antes o después, en mayor o menor medida,
te acabe produciendo flato.
En
esta ocasión, al igual que pasa con las eléctricas, la factura a pagar es alta,
y tendrá que arriesgarlo todo para, en el mejor de los casos, como mínimo,
salvar el pellejo.
Una
vez más entran en escena los inspectores de la Ertzaintza, Sara Cohen y Miguel
Fabretti, al mando de las brigadas de lo criminal y narcóticos, con sede en
el barrio bilbaíno de Deusto. Tomás, está acostumbrado a tenerlos en la chepa,
pero esta vez, por el cariz que toman los acontecimientos, tendrá que agudizar
su ingenio, para que no le acaben pisando un talón, haciendo que caiga de
morros para los restos en prisión.
En El
precio del silencio volvemos a ver cómo a Garrincha le gusta la vida
familiar, disfrutar de la compañía de su mujer y ver crecer a sus sobrinos,
pero lo que de manera implícita queda patente, es una atracción insana por la
transgresión, el riesgo, y todo lo que eso conlleva, para bien y para mal.
Una
vez más nos encontramos ante la dicotomía de la psique humana, lo correcto
frente a lo reprochable, ese oxímoron sentimental que habita en algunos
personajes, que son capaces de mostrar plena satisfacción en forma de emoticono
por la muerte de un desconocido, y sin embargo, les hace estremecer un posible
daño emocional a un ser querido.
Como
trasfondo, podemos sentir un toque de atención a la justicia, viendo que por
culpa de vacíos legales o laberínticos procesos judiciales, los criminales
campan a sus anchas, y cuya reflexión, nos hace llegar a conclusiones cuando
menos angustiosas.
Como
un joyero preciso engalana anillos de oro fino de 24 quilates, con diamantes
puros de la mejor talla, Juan Infante engasta en cada uno de sus redondos
párrafos, detalles curiosos y enriquecedores, que realzan el conocimiento de
quienes lo consumen.
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