El precio del silencio
Lucía Gorostiola, hija de un capo de la mafia local, hereda el negocio de su padre y pide consejo a Tomás Garrincha, quien resolvió de forma violenta su secuestro años atrás
La novela negra vive en el País Vasco una época dorada. Los autores locales
se incorporaron al boom un poco tarde pero en los últimos años son muchos los
que publican relatos ambientados en ciudades y pueblos de Euskadi, con
ertzainas y peculiares investigadores tratando de resolver asuntos que
van de los asesinatos en serie a las mafias y de la corrupción al abuso
infantil.
El abogado Juan Infante lleva desde la
pasada década profundizando en el género y aportando un elemento diferenciador:
un sentido del humor un tanto gamberro que alivia la brutalidad de algunas de
las cosas que cuenta.
En 'El precio del silencio', Infante
regresa al personaje de Lucía Gorostiola, la joven hija de un capo de la mafia
local, objeto de un secuestro en el que tuvo que participar Tomás
Garrincha.
El suceso terminó con sangre y generó gran
cabreo de dos ertzainas, que vieron cómo tanto la muchacha como el citado
investigador se iban de rositas pese a sus no pocas culpas en todo lo
ocurrido.
Pues bien, ahora el padre de Lucía ha
muerto –un infarto– y la joven, que está terminando la carrera de Derecho en
Madrid, regresa a Bilbao y pide consejo a Garrincha sobre qué hacer. Su
padre le ha dejado una gran fortuna y un negocio bastante floreciente pero
peligroso porque la Ertzaintza no se ha olvidado de lo que pasó.
Ese es el punto de partida de esta novela
en la que el humor está presente en unas cuantas situaciones y sobre
todo en detalles como ciertos nombres de personajes.
Hay un ertzaina que se llama Kepa
Ketón, otra agente de nombre Bienvenida que es conocida por todos como Ongi
Etorri, un inverosímil apunte sobre una inspectora del mismo cuerpo policial
que tiene en su mesa de trabajo una bandera de Israel y varios detalles
más.
Infante aporta datos sobre locales de moda
en Bilbao, la manera de trabajar de los agentes de los futbolistas –incluidos
los fondos de inversión que son los propietarios de sus derechos– y fiestas a
las que acuden deportistas de moda y que convierten a Sodoma y Gomorra en
lugares de vida recatada.
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